EL
ORIGEN DE LAS LLUVIAS
Los hombres, cansados del
sol, no sabían qué hacer para que cayera agua sobre sus cultivos. Un día,
Bigidima se encontraba recogiendo agua para regar su sembrado de yuca y
chontaduro cuando, de pronto, saltó un gran pez de las profundidades del río,
que lo asustó mucho. Enfurecido, Bigidima sacó su lanza y la arrojó con toda su
fuerza, pero la punta de la lanza sólo alcanzó el fuerte cuello del animal.
Inmediatamente, el pez sopló con tal fuerza que el agua que había tomado salió
por la herida y cayó en forma de lluvia.
Desde entonces se sabe que
siempre que hay lluvias, el delfín del río está soplando por el orificio que le
hizo la lanza del airado Bigidima.
Selección y adaptación:
Fabio Silva V.
Publicado en: Mitos y
Leyendas Colombianos.
Bogotá. Panamericana,
1999.
Ilustración: Nadir
Figueroa.
EL
ORIGEN DE LOS CANTOS
En los tiempos aciagos de la
esclavitud la vida de los negros era muy dura y Estaba llena de penurias,
maltrato y discriminación. Uno de esos días, una joven esclava se encontraba
buscando oro en las arenas del río Güelmambí. Se sentía fatigada y
apesadumbrada. Había laborado arduamente toda la jornada pero no había
conseguido mayor cosa que entregar al amo blanco; el sol estaba a punto de
ocultarse.
De pronto, un pájaro de
plumajes vistosos se posó en la rama de un árbol y se puso a gorjear
alborozadamente. Se diría que tenía el vehemente propósito de encender la
alegría en el corazón acongojado de la minera. Ella escuchó con fascinación las
tonadas de aquella ave desconocida y comenzó a imitarla. A medida que entonaba
aquellas extrañas melodías su corazón iba mudando de sentimientos y una intensa
media luna de sonrisa iba dibujándose en su rostro.
En la noche, mientras
intentaba conciliar el sueño recostada en su estera, la joven negra se dedicó a
silbar las melodías que había aprendido aquella tarde. Los mineros del barracón
la escucharon maravillados y le pidieron que volviera a entonarlas una y otra
vez. Ella lo hizo a cambio de un poco de oro. Y también les relató las
circunstancias en las cuales las había aprendido.
Los mineros no tardaron en
memorizarlas. Realmente estaban desconcertados con la armonía y la belleza de
aquellas melodías. Notaron que la tristeza iba siendo desalojada de sus
corazones, y en su lugar la alegría se instalaba rápidamente. En adelante, cada
vez que los invadía el desasosiego, recordaban las canciones que aquel
misterioso pájaro había enseñado a la joven minera y no volvieron a sentir más
tristeza, a pesar de los sufrimientos y humillaciones.
Al poco tiempo, esas tonadas
prodigiosas se difundieron fácilmente por los pueblos de la región; los poetas
les inventaron letras y estribillos y los marimberos les hicieron ingeniosos
arreglos musicales. Desde entonces, en la costa pacífica tenemos música para
cada acontecimiento importante de nuestra vida y cantamos y bailamos todo el
tiempo para mitigar las penas y espantar las tristezas.
Helmer Hernández
Rosales.
Publicado en: La
creación de Tumaco y otros relatos pacíficos
Pasto. Yo mismo
editor, 1999.
POR
QUÉ EL ARMADILLO LLEVA A CUESTAS UNA PESADA CONCHA
En la Gran Selva vivía un
armadillo al que no le gustaba la compañía de nadie y prefería vagar sin rumbo
por el campo. Así pasó mucho tiempo, hasta que un buen día su vida cambió para
siempre.
Aquella mañana se levantó y
se fue a tomar un baño en el río. Luego de caminar un buen rato, se detuvo bajo
un árbol a descansar, y en ese momento se le acercó una enorme anaconda a
pedirle ayuda para desenredar la punta de su cola, atascada en un matorral. El
armadillo le respondió:
—La verdad, señora anaconda,
es que hoy tengo bastante prisa, pues antes del mediodía tengo que llegar al
río, del otro lado de la Gran Selva. Disculpe, pero ya vendrá alguien que la
ayude.
Dicho esto, el armadillo
tomó su morral para seguir su camino, dejando a la anaconda atónita pues no
esperaba semejante respuesta de un hermano de la selva.
Al llegar a su destino, el
armadillo se zambulló en el agua fresca. Al cabo de un rato decidió tomar una
siesta en la orilla. Entonces un delfín se le acercó y con voz suave le dijo:
—Armadillo, necesito un
favor tuyo. Al otro lado de la selva vive un mono que es gran amigo mío y
mañana es su cumpleaños. Como no puedo salir a tierra firme, necesito que le
lleves este regalo de mi parte.
Con su boca le alargó una
roca que destellaba hermosos colores bajo los rayos del sol.
Pero el armadillo replicó:
—Señor delfín, usted me
disculpará, pero debo volver inmediatamente a mi madriguera y no puedo
desviarme. Será mejor que le pida el favor a otro animal que pase.
Con cara larga y triste, el
delfín dio media vuelta y se alejó por el río.
Como el sol empezaba a
declinar, el armadillo decidió emprender el regreso a casa. Esa noche, mientras
descansaba en su madriguera de tan largo viaje, hubo un consejo de animales.
Como en la Gran Selva no había secretos, todos sus habitantes supieron que el
gruñón armadillo no quiso ayudar a la anaconda ni al delfín, por lo que
decidieron que al perezoso animal había que castigarlo de alguna manera. Para ello
invocaron a Tupana, el gran conductor del universo, y le solicitaron ayuda.
Éste no lo pensó mucho y decidió la suerte del armadillo.
Fue así como al día
siguiente, cuando el sol empezaba a despuntar en el horizonte, el armadillo se
sintió más pesado que de costumbre al intentar levantarse: en su lomo llevaba
una gran concha que le impedía moverse libremente como antes.
Desde aquel entonces, todos
los animales de la Gran Selva procuran ayudar a sus hermanos, pues ninguno
quiere correr con la misma suerte del armadillo.
Valeria Baena.
Publicado en: Región
de la Orinoquía: animales en extinción.
Colombia. Bogotá.
Ediciones B, 2006.
¿POR
QUÉ LOS SAPOS NO TIENEN COLA?
“Una gran fiesta en el cielo
había; como el sapo alas no tenía,al gallinazo engañó alado para que al cielo
lo llevara”.
El sapo llevaba muchos días
maquinando para encontrar la manera de asistir a la fiesta celestial, pero cada
idea era peor que la anterior. Después de mucho pensar y pensar, se le ocurrió
un plan. Todos los animales debían aportar algo para la fiesta y él no podía
ser la excepción, así que preparó un costalito con algunas cosas y le dijo a su
esposa que cuando llegara el gallinazo se lo entregara. Después se fue a casa
del gallinazo y le pidió el favor de recoger el paquete y llevarlo a la fiesta:
él no podía ir, pero de todas formas enviaba su contribución.
El gallinazo aceptó. Se
pusieron de acuerdo en la hora y el sapo se fue muy contento. Al llegar a su
casa, se metió en el costalito y se quedó ahí, callado, esperando a que llegara
el gallinazo a recogerlo.
Éste llegó a la hora
convenida, saludó a la señora rana, que le entregó la mochilita, se despidió y
echó a volar. Subió, dando vueltas y más vueltas, y cuando estaba bien alto,
muy cerca del cielo, dijo, sin saber lo que llevaba en el paquete: “¡Menos mal
que no vino el chismoso del sapo! No hay fiesta en la que no esté hable que te
hable: una vez empieza, no hay modo de pararlo”.
Entonces el sapo, desde el
fondo de la mochila, dijo: “¡Aquí estoy, amigo! ¡Aquí estoy!”. Al oír la
conocida y fea voz, el gallinazo hizo un gesto de desagrado, pero como ya
estaba a las puertas del cielo no tuvo más remedio que terminar su viaje y
llevar al indeseable a la fiesta.
La celebración fue muy
agradable y todos se divirtieron mucho; el sapo, desde luego, no desaprovechó
la oportunidad para echar sus habladurías aquí y allá y regar uno que otro
chisme. Las cosas buenas, sin embargo, no duran, y el sapo, viendo que ya no
faltaba mucho para tener que regresar a casa, empezó a darle trago al gallinazo
para que no se diera cuenta de que lo llevaba otra vez.
El gallinazo, ya medio
borracho, no advirtió cuando el sapo se le trepó encima, y echó a volarUna vez
más, dio vueltas y vueltas, bajando de a poquitos. Cuando ya estaba cerca del
suelo, dijo: “¡Qué bueno! Por fin me libré del estorboso sapo, que a estas
horas debe estar allá arriba viendo cómo hace para devolverse”. Y el sapo le
gritó desde su espalda, donde estaba prendido como una garrapata: “¡Aquí estoy,
compadre!”.
El gallinazo se puso furioso
y empezó a hacer piruetas y a sacudirse, para hacer caer al sapo. Éste iba
muerto del susto. Cuando creyó que estaba bien bajito, vio una piedra, que le
pareció chiquita, y resolvió tirarse para evitar males mayores. Cayó sobre la
piedra y se pegó tan duro que se quedó sin cola. Lamentándose de su suerte, juró
que nunca más iría a una fiesta en el cielo. Desde entonces, los sapos no
tienen cola y se la pasan cantando en las lagunas.
Mauricio Galindo
Caballero.
Publicado en: Mitos y
leyendas de Colombia: tradición oral indígena y campesina.
Bogotá. Intermedio
Editores, 2003
EL CARRAO
El primero, ósea
"Carrao", era un hombre de esos llaneros que nunca conocen el miedo y
sienten placer desafiando el peligro; hombre resuelto, amigo de los caminos en
las noches oscuras, gran baquiano (experto) de la llanura y extraordinario jinete,
ningún caballo había logrado quitárselo de los lomos por muy bravo que fuera,
como nunca un toro bravo había logrado tocarlo con sus cuernos. El Carrao era
feliz andando en plenas tormentas nocturnas, no le importaba que su caballo
fuera salvaje, más hombre se sentía, era tanta la confianza que se tenía que
sabía que nunca se caería de un caballo, pues sus piernas habían nacido para
domar caballos fieros.
Mayalito, su inseparable
compañero y amigo, por el contrario era su polo opuesto; un hombre aplomado,
juicioso y talentoso en todos sus aspectos, fiel sabedor de que con la
naturaleza llanera no se puede jugar demasiado porque es severa, claro que sin
dejar eso así, de ser un hombre de gran coraje como todo buen llanero. Ese era
Mayalito, el que hizo un inventario de advertencias a su compañero, las cuales
nunca fueron atendidas ni obedecidas, pues la rebeldía y el coraje del Carrao
constituían un patrimonio muy suyo, del cual no era fácil olvidarse de buenas a
primeras porque con esas características había nacido.
Una tarde, cuando el sol
palidecía y la noche comenzaba a imponer su color sobre la llanura, se advertía
en el horizonte cercano una horrible tempestad que hacía pensar que la noche
iba a ser tormentosa, se fue al mangón y amarró el caballo que estaba
trochando, lo trajo al corral, lo ensilló y le pegó la margalla, cagalerióla
soga y montándose en el brioso caballo se despidió de Mayalito. Abrió la puerta
de trancas del corral y en medio de candelosos rayos se fue alejando en la
oscuridad de la sabana, esta vez... para nunca regresar.
"Mayalito", al ver
que su amigo y compañero no regresó, se dio la tarea de buscarlo en todas las
noches oscuras por los distintos rumbos de las comunales sabanas, especialmente
por las partes que sabía que al "Carrao" le gustaba frecuentar.
Fueron muchas las noches que
Mayalito anduvo gritando incesantemente a su compañero "Carrao",
"Carraooo", escuchando solo la respuesta producida por el eco de su
voz. Una noche, Mayalito acortaba una travesía en medio de una tormenta de
rayos, a la luz de un relámpago vió que algo brillo a los pies de su caballo,
se apeó e inspeccionó el objeto, se sorprendió cuando lo identificó pues se
trataba de las zapatas del freno metálico del apero de "Carrao", las
alzó y las llevó consigo.
Desde entonces puso énfasis
en la búsqueda de su compañero, pensó que algo le había ocurrido y que no
estaría muy lejos de allí; continuó su tarea noche tras noche, hasta que
Mayalito tampoco regresó nunca más al hogar, se lo tragó la sabana junto con Carrao.
Mayalito se convirtió en un ave que vuela en las noches oscuras produciendo un
canto: Carraoooo, carraooo.
A esta ave se le conoce en el llano con el
nombre de Carrao.
Angélica García
Colombia País Maravilloso
EL
GUANDO
Las apariciones de este
macabro espectáculo en la mayoría de las veces conmueve, no sólo por creer que
en realidad llevan al difunto por ir los familiares acompañándolo, sino por el
murmullo coral del rezo del Rosario y el Réquien por su alma.
Hace muchísimos años vivía
un hombre muy avaro, incivil, terco y malgeniado, que no le gustaba hacer obras
de caridad, ni se compadecía de las desgracias de su prójimo. Los pobres del
campo acudían a él a implorar ayuda para sepultar a algún vecino, pero
contestaba que él no tenía obligación con nadie y que tampoco iba a cargar un
mortecino. Que les advertía, que cuando él se muriese, lo echaran al río o lo
botaran a un zanjón donde los gallinazos cargaran con él.
Por fin se murió el
desalmado, solo y sin consuelo de una oración. Los vecinos que eran de buen
corazón, se reunieron y aportaron los gastos del entierro. Construyeron la
camilla y cuando lo fueron a levantar casi no pueden por el peso tan extremado.
Convinieron en hacer relevos cada cuadra, a fin de no fatigarse durante el
largo camino al pueblo. Al pasar el puente de madera, sobre el río, su peso
aumentó considerablemente, se les zafó de las manos y el golpe sobre la madera
fue tan fuerte que partió el puente y el muerto cayó a las enfurecidas aguas
que se lo tragaron en un instante.
Al momento los hombres
acompañantes bajaron a la corriente y buscaron detenidamente pero no lo
hallaron ni a él ni al andamio. Lo que sí ha quedado por el mundo es su
aparición fantasmagórica que atormenta a los vivos, haciendo estremecer al más
valiente con el ruido de los lazos sobre la madera en un continuo y rechinante
"chiqui, chiqui, chiquicha...".
Sus apariciones más seguras
se verifican en la víspera de los difuntos, o sea en las fiestas de las Animas;
en los lugares aledaños a los cementerios, causando gran pavor a la tétrica
procesión, portando sus acompañantes coronas, cirios y rezando en voz alta: de
vez en cuando se oye una voz cavernosa e imperativa que dice: "meta el
hombro compañero... ".
LA
CANDILEJA
Según cuentan hace
muchísimos años había una anciana que tenía dos nietos a quienes consentía
demasiado, tolerándoles hasta las más extrañas ocurrencias, groserías y
desenfrenos. Las infantiles ocurrencias llegaron hasta exigirle a la viejita
que hiciera el papel de bestia de carga para ensillarla y luego montarla entre
los dos; la abuela accedió en el acto para la felicidad de sus dos nietos,
quienes anduvieron por toda la casa como sobre el más manso cuadrúpedo. Cuando
murió la anciana, San Pedro la recriminó por la falta de rigidez en la
educación de sus dos pimpollos y la condenó a purgar sus penas en este mundo
entre tres llamaradas de candela que significan: el cuerpo de la anciana y el
de los dos nietos.
LA
MUELONA
Las horas preferidas para
salir a los caminos son: de las seis de la tarde a las nueve de la noche. A los
caminantes se les aparece a la orilla del sendero o contra los troncos de los
árboles añosos, a manera de una mujer muy atractiva y seductora, pero que al
estar unidos en estrecho abrazo, los tritura ferozmente.
Casi siempre persigue a los
jugadores empedernidos, a los infieles, alcohólicos, perversos y adúlteros. Los
campesinos dicen que los hogares que se libran de ella, son los que tienen
niños recién nacidos o mujeres que van a ser madres.
Cuentan los cronistas que en
la época de la Colonia se diseminaron por el país las mujeres españolas, que
aunque muchas eran buenas, el resto era de pésimos antecedentes. Algunas de
estilo gitano eran perversas, corruptoras que ocasionaron perjuicios
lamentables a familias modestas, engañando niñas inocentes y arruinando a
hombres que poseían cuantiosas fortunas.
Una de ellas, "la
Maga" estableció su negocio resolviendo consultas amorosas, arreglando, o
mejor, desbaratando matrimonios, echando el naipe, leyendo las líneas de la
mano, en fin, todo lo que fueran artimañas. Cuando conoció mucha gente y tenía
mucha clientela, ensanchó el negocio con una casa de diversión; allí
conquistaba cándidas palomas y limpiaba el bolsillo de altos representantes del
rey de España, no dejando de lado "los criollos" más adinerados.
La suma de atrocidades
cometidas por la pérfida mujer fueron incontables. Ella enseñó a las jóvenes a
evitar la maternidad; cayó la ruina en centenares de hogares; se agotaron
ingentes fortunas y vino como consecuencia la depravación, las enfermedades
venéreas y esposas abandonadas.
Cuando murió la disoluta
"maga", la casa se llenó de un olor nauseabundo, hasta el punto de
tener que abandonarla de inmediato.
Una de las mujeres
preferidas por la muerta se arriesgó a quedarse aquella noche para recoger
algunos utensilio, trajes y joyas. Apenas apagó la bujía para acostarse, una
bandada de vampiros invadió la estancia y una voz cavernosa se oyó en el
dormitorio: "...tengo que vengarme de los hombres jugadores y perniciosos!
malditos!, !de las mujeres livianas y descocadas! !estarán conmigo en el
infierno!,! soy la muelona!..."
La indefensa mujer no podía
prender el candil porque el aleteo de los quirópteros apagaban la yesca, a la
vez que le azotaban la cara. Ya desesperada y horrorizada salió gateando a la
calle para contar alarmada lo que acababa de presenciar.
Las autoridades tuvieron que
prender fuego a la casa maldita para dar paz y tranquilidad a los vecinos
quienes vivían inquietos y mortificados con aquella casa de escándalos y
vicios.
MIRTHAYÚ
La dicha aumentó cuando la
deslumbrante dama le entregó a Tairón y a su tribu una tierna niña y las instrucciones
precisas para criarla y forjar su futuro. Los Taironas dedicaron toda su
atención y esmero a la crianza de esta hermosa criatura y por nombre le
pusieron Mirthayú y la eligieron como su única reina.
Mirthayú se convirtió en la
adoración de los Michúes por su belleza, personalidad y el amor que manifestaba
hacia su tribu. Pero un día llegó un gigante llamado Matambo, que se encargó de
sembrar el terror en la tribu de los Taironas. Ellos, ante aquella amenaza,
recurrieron presurosos a su reina y le suplicaron que interviniera ante el
inminente peligro.
Mirthayú se enfrentó al
gigante y éste al verla quedo hipnotizado por su belleza. Entonces, inclinó
reverente su cabeza ante la reina y le pidió disculpas por el atropello que
estaba cometiendo contra los suyos. Así todo volvió a quedar en paz armonía.
Entre Mirthayú y Matambo
nació una amistad que después se convirtió en amor. Juntos resolvieron viajar
al macizo colombiano, guiados por el hilo brillante formado por las aguas del
rió Guacacalló, hasta llegar a su nacimiento. Al regresar, el gigante tuvo que
enfrentarse a la tribu de los valientes Michúes, quienes se opusieron a que
Matambo cruzara por sus predios.
Para evitar que algo le
pasara a su amada, Matambo le pidió que se alejara hacia los cerros del oriente
para que desde allí observara su triunfo o su derrota. Sin embargo, desde
lejos, Mirthayú vio como miles de Michúes atacaban a su amado. La pelea terminó
cuando el gigante cayó estruendosamente al suelo. Mirthayú desesperada intentó
prestarle ayuda y le pidió apoyo a su jefe Tairón, pero todo fue en vano.
La reina recurrió a los
hechiceros para que le devolvieran la vida a su amado, pero ellos nada pudieron
hacer. Recorrió los senderos en busca de auxilio y arrancó su rubia cabellera, el
viento se la arrebató de las manos y la esparció por la zona cercana dando
origen a los farallones y altares que hoy se observan al llegar al municipio de
Gigante, en el Huila.
Mirthayú desfalleciente y de
rodillas pidió protección a Tairón y a sus dioses y cuando menos lo esperaba se
aproximó una nube de colores de la que descendió su madre. Ésta la tomó entre
sus brazos, limpió sus lágrimas y la acompañó en su llanto. Pero Mirthayú se
desplomó sobre el suelo y murió.
La reina pronto entregó su
alma al creador del universo. La cabeza de Mithayú quedó hacia el oriente, los
pies sobre el río Guacacallo, la mirada prolongada al infinito y los senos
desnudos y desafiantes, como dos pirámides enfrentadas al sol. Hoy, después de
muchos años, Mirthayú y Matambo están convertidos en dos enormes rocas
encantadas, visibles desde la carretera central del Huila. Ella con sus
atractivos "senos de reina" y él con la perfección de su perfil, ambos
mirando hacia el cielo.
ÁNIMA SOLA
Es una creencia que está todavía muy arraigada en la masa campesina. Su devoción data desde los primeros colonizadores. La representan como una mujer que padece tormentos en el purgatorio y recorre los caminos con las manos atadas con cadenas.
La leyenda que corre de boca en boca no se parece en nada a la citada en la Sagrada Escritura en relación con la "sed de Cristo".
Dicen que en Jerusalén tenían mujeres destinadas a darles de beber a los que sacrificaban en la cruz. La tarde del Viernes Santo le tocó subir al Calvario a una joven: Celestina Abnegada. Del ánfora dio a beber a Dimas y a Gesta, los dos ladrones que acompañaban a Jesús. Al salvador lo despreció y por eso Él la condenó a sufrir la sed y el calor constante de las llamas del Purgatorio.
Tomado de mitos y leyendas Colombianas
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